Monday, 30 January 2012

como un millón de fotos




























































Porque yo les quería mostrar esa Punta de Indio.
Y habíamos hablado de ir de paseo.
Salir de la jungla de cemento y asfalto y pisar caminos de tierra y pasto.
Llenamos el auto con bicicletas, facturas, mallas, crema solar, tres termos y cinco personas.
Un lujo viajar de acostao y ver el paisaje como una película y esas ventanas abiertas.
Para que todos los pelos vuelan con esa música mexican.

Esta vez nos quedamos en Estancia Santa Rita.
Un lugar medio místico, un poco abandonado y no con mucho atención.
Pero era muy lindo, viejo y con verde por todos lados.
El pasto que no terminaba y los arboles tampoco.
Había caballos y muchos detalles de esas que me gusta a mí.

El río estaba un poquito más barroso que la última vez.
Pero después subió la marea y casí parecía mar de nuevo.
Nos quedamos abajo la sombra de esos mismo arboles.
Una cerveza fría, tres libros, los mismos salvadores de vidas y que estavez si me metí al río.
Y creo que arruiné mi malla sueca.

Hay viento. Muchísimo. Y también es lindo así.
Volvemos lento para hacer esas compras de almacén y preparar el fuego.
Las calles de tierra son más lindas.
El almacén tiene como 30 gatos y figuras de cerámica muy kitch en su jardín.

Hay silencio y más caballos.
Ducharse frio con el cuerpo caliente por el sol y ponerse pantalon y manga larga.
Porque a la noche se pone fresco pero justo y perfecto.
El baño es enorme y el cielo con las estrellas también.
El fogón ya está en marcha y el calor toca la espalda.
Ahora hay fernet y los chorizos con pan de campo y con cebolla son deliciosas.
Las palabras que vuelan y cruzan la mesa de piedra también son de esas que quedan un rato.

Nos vamos a dormir, todos en un cuarto en común y pienso que no es nada común.
El viento un poquito sacude las paredes de la casa.
Se escucha las coronas de los arboles bailar.
Y nada más.
Es el silencio de campo.

Me despierto temprano, como quería y trato de hacer mates silenciosos.
Aunque es dificil en un lugar viejo dónde todo suene.
Están todos dormiendo todavía y es lindo verlos.
Llevo el libro y el kit afuera y me acuesto en el pasto abajo los arboles.
Tengo calor en la pansa y pienso que soy una suertuda.
En como que tengo suerte. De poder hacer tener uno lujo como esa.

Después de desauyno agarramos camino larguísimo sin saber que estábamos haciendo una vuelta, que nos sobra pero que en realidad creo que nos hizo bien.
Calor y poco sombra. Mucho polvo de tierra y un Mariano por ahí puteando por adentro.
Para llegar al mismísimo rio.
Ellos vuelven. Nosotros nos quedamos.
En la sala de lectura de la playa.

Hay mucho para ver. También.
Armo tres películas en la cabeza, pero hoy no me meto al río.
Me siento un poquito como una muñeca con los brazos y las piernas sín músculos.
Es fácil moverme y doblarme.

Tengo pocas ganas de volver a la ciudad, por más que esperan todas cosas lindas.
Por eso vuelvo caminando a la estancia muy lentamente. Trato de acordarme de cada cosita del camino.
Y que espero volver antes que termine el calor.
Quiero ir con papá. Cuando venís?
Y con mamá, pero mejor en diciembre.
A ellos también le va a gustar el lugar.

En la estancia están todos dormiendo la siesta.
Lo despertamos con los últimos mates antes de volver.
Ellos nos cuentan de pastas y pileta.
Y agarramos camino.
Igual de lindo como cuando nos fuimos para allá.
Pero al revéz.

La noche termina en agustos, que ahora también ofrece mesas en la vereda.
Pero esta en camino la lluvia, porque vimos los relámpagos en el camino, y nos sentamos adentro.
Es una grande de muzza, dos cervezas heladas, dos flanes y otrá vez el superclásico, con Mariano un poquito más tenso.

Y se larga la lluvia.
Como el final de un cuento bueno y lindo.





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