No sé en qué momento dejé de escribir.
Si fué cuando Ani me hizo la canción o cuando trajimos las cajas pesadas.
Pero sé que las palabras están sueltas por ahí.
Están en el cuaderno que compró papá ese sábado gris y lluvioso antes que volviesen.
Si, voví a escribir en cuaderno.
También están en el patio del fondo, a las 11 de la mañana un sábado y con sol.
Que pega en cuerpo y cara para que no se haga falta abrigarse.
Están en las sábanas frías y el sillón de Laura.
Las palabras y frases también están en las preguntas que no debo preguntar, pero que me salen.
Así como me sale llamar demasiado tarde y en su privacidad para que me auyde a arreglar la luz y la estufa.
Es un instincto mío que no se debe.
Pero que yo también pienso que con el tiempo se me va a salir cada vez menos.
Estas locuras de. Esto.
Y lo otro.
No deber, nos, nada.
Depués esta eso de abrir puertas y ventanas.
Y la música que trae.
Cerrar algo.
Ver un otro Pablo.
Que es distinto que antes y de nuevo me nace preguntar de cosas.
Que me da mile de curiosidades.
Escucharla a ella y dejar que escupe en vez de tragar sobre perón y diagonal norte.
Pelear un poco. Con todos y nadie en el mismo tiempo.
Pasar frío y dejar que te abrazen.
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