Y un día viene el otoño de visita.
Sabemos que va a ser una visita corta.
De relámpago.
Un poco imprevisto también.
Pero sobre todo, hermoso.
La visita sopla fuerte y fresco.
Los nubes vuelan rápido y el sol te mira de por ratos.
La visita trae a María también.
A mi otra casa donde todo es distinto, pero ahora un poco más familiar.
Pibita se queda dormida atrás de la nuca de Mery mientras que ella cuenta de Mar Sur, de la abuela charlatana, de ojos mirando fijo y los no celos.
Es un ratito nomás, pero es todo.
Después nos lleva el 29 a la misma velocidad que el viento de otoño de visita.
Por adentro pido que nos siga acompañando.
Quiero sacar cada gota de el, refrescar los pensamientos y movimientos.
Cada parte del cuerpo, un descanso.
Es Uriarte, a unas cuadras donde vivía en esa otra vida.
Que queda cerca, aún lejos.
Es la casa de Karolina.
Karolina, que podría ser actríz en una película de Woody Allen o de Almodovar.
Su casa está llena de velas prendidas y un sahumerio que vuele a hogar.
Hay madera y cuadros que te tocan.
Es un lugar donde antes que te hayas ido, ya sabes que quieres volver.
A.
Ella nos cocina comida de la india.
Y estar allí, en eso, es amor.
Todo.
Los platos, el sabor, las palabras que cruzan la mesa, las risas y el viento que nos acompaña y que baila en las ramas del árbol afuera de su ventana.
Es fortuna.
Y sinceridades.
Que eso también me hace ponerme un poco sensible.
El otro día, la visita todavía no se ha ido.
Pero me dice sin decirlo, que es hoy, mañana no.
Entonces me pongo ansiosa.
Hay tanto que quiero hacer. Hoy.
Después me calmo.
Porque se que nos vamos a volver a ver.
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