Y un día el chico que no era tu amigo y tampoco era un desconocido decidió dejar este mundo para otro.
Vos te enteras el día después de tu cumpleaños y en vez de palabras caen lagrimas.
No hay otros elementos o formas.
Tratas de llenar los días que siguen con trenes, cafés y hablar de los otros.
Pero te resulta difícil.
Su cara aparece.
Su sonrisa.
Su cuerpo flaco.
Los ojos.
Tenía ojos que no parecían de este mundo.
Y tratas de tomarlo con calma. No entrar por la puerta equivocado.
No quieres entrar del lado oscuro del cuarto de el, pero hay algo que te lleva para allá.
Aunque sabes que no te lleva a ningún lugar.
Entonces sigues caminando.
Tratando de como si nada.
Te sientes pesado.
Pero no encuentres el peso.
Es un peso dibujado, pero está.
No lo puedes tocar, pero lo puedes sentir.
Cuando es un miércoles muy tarde por la noche.
Cuando todos ya sacaron sus perros a pasear y lavaron los platos de la cena.
Después de haber recorrido su calles de nuestro barrio.
La escuela de foto, el banco de enfrente el riachuelo, impulso y el chino.
De haber escuchado esa banda tocar fuerte.
Y de haber visto los fotos dónde está el sonriendo hacia la camera.
En mis textos.
Siento que la piedra esta soltándose.
Cayéndose lentamente rápido.
Siento que el cuerpo me está diciendo que estoy preparada para despedirme.
Pasó el chock y aceptaste su decisión.
Ahora si.
Es cuando salgo y voy hacía la casa en frente de la mía.
Que es dónde vivía el.
Me siento en el escalón.
Y de golpe puedo largar todo lo que necesito.
Me sale en llantos, con mocos, silencio y en paz.
Un alivio atraviesa el cuerpo junto con los temblores.
Me acercan los perros de la calle.
Como si fuese que quisieran acompañarme en este momento.
Después de un rato, me levanto y dejo una pila de lágrimas sobre su vereda de esta calle que compartíamos.
Voy a dormir agotada y esa noche el me viene a visitar.
Así como me despedí de el, el se despidió de mi.
Ahora, en vez de peso hay recuerdos.
O por lo menos así lo llamamos.
Vos te enteras el día después de tu cumpleaños y en vez de palabras caen lagrimas.
No hay otros elementos o formas.
Tratas de llenar los días que siguen con trenes, cafés y hablar de los otros.
Pero te resulta difícil.
Su cara aparece.
Su sonrisa.
Su cuerpo flaco.
Los ojos.
Tenía ojos que no parecían de este mundo.
Y tratas de tomarlo con calma. No entrar por la puerta equivocado.
No quieres entrar del lado oscuro del cuarto de el, pero hay algo que te lleva para allá.
Aunque sabes que no te lleva a ningún lugar.
Entonces sigues caminando.
Tratando de como si nada.
Te sientes pesado.
Pero no encuentres el peso.
Es un peso dibujado, pero está.
No lo puedes tocar, pero lo puedes sentir.
Cuando es un miércoles muy tarde por la noche.
Cuando todos ya sacaron sus perros a pasear y lavaron los platos de la cena.
Después de haber recorrido su calles de nuestro barrio.
La escuela de foto, el banco de enfrente el riachuelo, impulso y el chino.
De haber escuchado esa banda tocar fuerte.
Y de haber visto los fotos dónde está el sonriendo hacia la camera.
En mis textos.
Siento que la piedra esta soltándose.
Cayéndose lentamente rápido.
Siento que el cuerpo me está diciendo que estoy preparada para despedirme.
Pasó el chock y aceptaste su decisión.
Ahora si.
Es cuando salgo y voy hacía la casa en frente de la mía.
Que es dónde vivía el.
Me siento en el escalón.
Y de golpe puedo largar todo lo que necesito.
Me sale en llantos, con mocos, silencio y en paz.
Un alivio atraviesa el cuerpo junto con los temblores.
Me acercan los perros de la calle.
Como si fuese que quisieran acompañarme en este momento.
Después de un rato, me levanto y dejo una pila de lágrimas sobre su vereda de esta calle que compartíamos.
Voy a dormir agotada y esa noche el me viene a visitar.
Así como me despedí de el, el se despidió de mi.
Ahora, en vez de peso hay recuerdos.
O por lo menos así lo llamamos.
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