Vos ya escuchaste la gente hablar del partido.
Primero en la oficina del escribano.
Después en las colas del rápipago.
Y hoy lo mencionó Gonzalo.
Aún así, uno nunca se espera lo que realmente es.
Es superclásico.
Los trapitos nunca llegan tán lejos como estas noches.
Hoy llegaron hasta Garay y el más allá.
Y se aplaudan entre ellos por los billetes de pesos que logran a sacar del fanático que todavía no cerró el auto.
Esas noches son ellos los dueños de las calles, del barrio.
Del mundo de asfalto y de la goma.
Y es la noche del superclásico que se mesclan los mundos.
Una holla, trescientos ingridientes, fuego moderado tirando a fuerte y millones de comensales.
Por abajo nuestros pies corre los rios de pis, que en realidad es cerveza.
Pero vamos a habernos olvidado de eso cuando entramos en las casas.
Porque es así.
Superclásico es cuando los pastos se mojan y son atropellados por las camionetas cuatro por cuatro que conocen fulano que conoce fulano, que te deja estacionar en el Club de Catalinas.
Allí no entran los trapitos, los dueños de las calles.
No, allí entrán los dueños de los pastos.
Y ellos resultan ser prefectura.
Una prefectura por cada tres auto.
Es el VIP del estacionamiento.
El country de los autos.
Allí están protegidos del mundo.
Que ya no sabemos cuál es el reál.
El de los trapitos o el de los militares.
Total igual es lo mismo.
Tarde o temprano se cruzan.
Van a pisar las mismas baldozas, auydarse a mover los contenedores de basura para que haya más lugar, tomar la misma cerveza, tener el mismo color de pis y gritar goooool juntos.
La noche del superclásico El Chino no te vende alcohol, pero el carnicero si.
Sale una hamburguesa, un chori y una bondiola cada 30 segundos.
Los ojos se llenan de lágrimas por el humo y parece que estamos tristes, pero no.
No, esta es la noche que nos olvidamos de nuestras penas.
La única pasión el equipo.
No existe otra cosa.
Pronto se va a silenciar el barrio.
Solamente se va a escuchar los uuuuhhhhh, oooo, aaaaaaaaa y goooool.
Y el helicóptero dando vueltas.
Vigilando como un hermano mayor que no puede hacer nada.
Solamente observar el espectáculo lejanamente cerca.
Que es lo suficientemente lejos para poder intervenir.
Dejar que cometa sus errores.
Sus alegrías.
Después, alguien va a ganar.
Y otro perder.
Vamos a sentir cosas.
Putear, llorar y reirnos.
Y al final, las personas se van a retirar.
Y los vasos plásticos, las sobras del pan y las gotas de chimichurri van a quedar.
Si es que los perros callejeros y Kubrick no terminan de comerlo antes que llega el personal de limpieza.
Los que nos hacen olvidar más fácil y rápidamente de lo que pasó anoche.
Deberíamos todos tener uno de ellos para llamar en esos casos de emergencia.
La pasión lo vamos a guardar en el bolsillo, la remera la vamos a sacar y lavar junto con la otra ropa sucia para después colgarlo en el placard para sacarlo recién para otro partido.
Y en el medio va a seguir la vida cotidiana.
Donde esquivamos los trapitos, hacemos pis en los baños y cuidamos los pastos.
La hamburguesa lo vamos a comer con cuchillo y tenedor y la basura tirarlo en los tachos, o por lo menos cuando la otra gente nos ve.
La vida seguir.
Pero hoy, hoy es superclásico y esta todo permitido.
En el país del permiso.
Primero en la oficina del escribano.
Después en las colas del rápipago.
Y hoy lo mencionó Gonzalo.
Aún así, uno nunca se espera lo que realmente es.
Es superclásico.
Los trapitos nunca llegan tán lejos como estas noches.
Hoy llegaron hasta Garay y el más allá.
Y se aplaudan entre ellos por los billetes de pesos que logran a sacar del fanático que todavía no cerró el auto.
Esas noches son ellos los dueños de las calles, del barrio.
Del mundo de asfalto y de la goma.
Y es la noche del superclásico que se mesclan los mundos.
Una holla, trescientos ingridientes, fuego moderado tirando a fuerte y millones de comensales.
Por abajo nuestros pies corre los rios de pis, que en realidad es cerveza.
Pero vamos a habernos olvidado de eso cuando entramos en las casas.
Porque es así.
Superclásico es cuando los pastos se mojan y son atropellados por las camionetas cuatro por cuatro que conocen fulano que conoce fulano, que te deja estacionar en el Club de Catalinas.
Allí no entran los trapitos, los dueños de las calles.
No, allí entrán los dueños de los pastos.
Y ellos resultan ser prefectura.
Una prefectura por cada tres auto.
Es el VIP del estacionamiento.
El country de los autos.
Allí están protegidos del mundo.
Que ya no sabemos cuál es el reál.
El de los trapitos o el de los militares.
Total igual es lo mismo.
Tarde o temprano se cruzan.
Van a pisar las mismas baldozas, auydarse a mover los contenedores de basura para que haya más lugar, tomar la misma cerveza, tener el mismo color de pis y gritar goooool juntos.
La noche del superclásico El Chino no te vende alcohol, pero el carnicero si.
Sale una hamburguesa, un chori y una bondiola cada 30 segundos.
Los ojos se llenan de lágrimas por el humo y parece que estamos tristes, pero no.
No, esta es la noche que nos olvidamos de nuestras penas.
La única pasión el equipo.
No existe otra cosa.
Pronto se va a silenciar el barrio.
Solamente se va a escuchar los uuuuhhhhh, oooo, aaaaaaaaa y goooool.
Y el helicóptero dando vueltas.
Vigilando como un hermano mayor que no puede hacer nada.
Solamente observar el espectáculo lejanamente cerca.
Que es lo suficientemente lejos para poder intervenir.
Dejar que cometa sus errores.
Sus alegrías.
Después, alguien va a ganar.
Y otro perder.
Vamos a sentir cosas.
Putear, llorar y reirnos.
Y al final, las personas se van a retirar.
Y los vasos plásticos, las sobras del pan y las gotas de chimichurri van a quedar.
Si es que los perros callejeros y Kubrick no terminan de comerlo antes que llega el personal de limpieza.
Los que nos hacen olvidar más fácil y rápidamente de lo que pasó anoche.
Deberíamos todos tener uno de ellos para llamar en esos casos de emergencia.
La pasión lo vamos a guardar en el bolsillo, la remera la vamos a sacar y lavar junto con la otra ropa sucia para después colgarlo en el placard para sacarlo recién para otro partido.
Y en el medio va a seguir la vida cotidiana.
Donde esquivamos los trapitos, hacemos pis en los baños y cuidamos los pastos.
La hamburguesa lo vamos a comer con cuchillo y tenedor y la basura tirarlo en los tachos, o por lo menos cuando la otra gente nos ve.
La vida seguir.
Pero hoy, hoy es superclásico y esta todo permitido.
En el país del permiso.
no sé si alguien lo vio tan bien alguna vez nunca jamás
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