En ese momento se había puesto como de verano.
Pero verano de verdad.
Cuando la humedad es tán penetrante que te sientes desnuda.
Esa perfección de humedad.
Ese amorodio que siento en eso.
Y se había nublado.
Parecía que la lluvía estaba en la otra cuadra nomás.
Pero no.
Y allí estaba.
Justo como yo había querido.
Era chiquito y escondido el lugar.
Simple y sencillo, sin sobra de personas que uno nunca entiende bien su función.
Como la charla del ascensor.
El llenahuecos que no existen.
Aparecen cuando empezamos a hablar.
Hasta el parecía ser una persona que se escondía un poco.
Subir por una escalera caracol.
Eso, casí siempre.
Una escalera o por abajo o para arriba.
Marcando un algo.
La música. Siempre rock.
Todos sus movimientos eran rápidos.
Su hablar también.
Pero nos entendimos bien.
Y que era yo la tranquila.
Por una vez.
Hablamos de hacer las cosas al revez y de un paquete que había que buscar en Retiro.
Me dibujo un poco rojo, nos deseamos buen fin de semana y allí terminó nuestro encuentro íntimo de veinte minutos.
Seguí caminando en la no lluvía.
En la ciudad preparandose por el gran festejo que tiene pinta de que va a ser lindo.
De muchas bocas salía la palabra quilombo, pero yo no lo sentí.
Tal vez porque todo hoy vino como regalos.
Mini sorpresas envuelto en papel de seda.
Y así siguió hasta la notte.
Agustin pasó con un Camilo enfermo, pero con ganas de usar la computadora.
Vicky nos introdujo a un nuevo lugar para el después del trabajo.
Y ellos nos dejaron sentirnos como en nuestro propio living, con almhoadones y pies en la mesa.
Abajo del cielo en una de esas viejas casonas, conventillos.
Patio Ezeiza.
Un viernes lujoso.
Pero verano de verdad.
Cuando la humedad es tán penetrante que te sientes desnuda.
Esa perfección de humedad.
Ese amorodio que siento en eso.
Y se había nublado.
Parecía que la lluvía estaba en la otra cuadra nomás.
Pero no.
Y allí estaba.
Justo como yo había querido.
Era chiquito y escondido el lugar.
Simple y sencillo, sin sobra de personas que uno nunca entiende bien su función.
Como la charla del ascensor.
El llenahuecos que no existen.
Aparecen cuando empezamos a hablar.
Hasta el parecía ser una persona que se escondía un poco.
Subir por una escalera caracol.
Eso, casí siempre.
Una escalera o por abajo o para arriba.
Marcando un algo.
La música. Siempre rock.
Todos sus movimientos eran rápidos.
Su hablar también.
Pero nos entendimos bien.
Y que era yo la tranquila.
Por una vez.
Hablamos de hacer las cosas al revez y de un paquete que había que buscar en Retiro.
Me dibujo un poco rojo, nos deseamos buen fin de semana y allí terminó nuestro encuentro íntimo de veinte minutos.
Seguí caminando en la no lluvía.
En la ciudad preparandose por el gran festejo que tiene pinta de que va a ser lindo.
De muchas bocas salía la palabra quilombo, pero yo no lo sentí.
Tal vez porque todo hoy vino como regalos.
Mini sorpresas envuelto en papel de seda.
Y así siguió hasta la notte.
Agustin pasó con un Camilo enfermo, pero con ganas de usar la computadora.
Vicky nos introdujo a un nuevo lugar para el después del trabajo.
Y ellos nos dejaron sentirnos como en nuestro propio living, con almhoadones y pies en la mesa.
Abajo del cielo en una de esas viejas casonas, conventillos.
Patio Ezeiza.
Un viernes lujoso.
No comments:
Post a Comment