Cuando te sale.
Cuando te sale es viernes (de nuevo) y llegaste a tu casa después de almuerzo mensual relajado y café en la poesía.
Pero lo que realmente pasó este viernes fueron otras cosas.
Como el sol que sentiste quería atrevezar tu campera y tocar tu carne y tus costillas.
Como pasar por San Telmo, pero más como en paseo que en pasar.
Como ver a Jorge serio y volver a ver los amigos de Santiago.
Renunciaron editoriales y cruzaron la ciudad para poder volver a tomar akvavit y emboracharse al mediodía.
Puede ser que eso sea amor.
O un especie de amor.
Como cuando te auydan a llevar la bolsa pesada.
También pasó que después de meses, entraste en el negocio que tiene esa vidriera tentador.
Y te diste cuenta de que el adentro no era lo que parecía por afuera.
Pero tampoco te desilucionaste.
Después de pasar tantas veces, un poco te había hecho la idea de que.
Existia esa posibilidad.
Cuando te sale es de noche ya y pasaste por la verdulería y tienes todos los ingridientes para hacer la tarta de cebolla.
Y que tu noche de viernes solamente se va a tratar de eso.
De hacer una tarta de cebolla para la fiesta de Linda.
Es la que era tu favorita cuando eras niña y que en algún lugar lo sigue siendo.
Tu comida favorita.
Por más que nunca lo haces, sigue siendo la que te lleva a ese lugar que ahora es más sueño que realidad.
Siempre es lindo volver a ese lugar.
Llegar a casa.
Prender las luces.
Abrír el balcón para que entre el aire fresco.
Un ratito.
Sacar a Kubrick que siempre te saluda como si hubiese sido años que no nos veamos.
Cerrar el balcón, ponerme la ropa cómoda y poner la música.
Y que no puedes pensar en un mejor plan para esta noche que esta.
Preparar la masa.
Lavar la cebolla para no llorar tanto al cortarlo (gracias por enseñarmelo!).
Seguir mas o menos a la receta.
La copa de vino, obviamente.
Saltear la cebolla en el sartén de Anita.
Prender el horno.
Entrar en calor.
Los cachetes coloradas.
Estirar la masa.
Precocinar.
Mesclar la cebolla con el queso.
Crema.
Todo lento.
No hay apuros o presión.
Cuando te sale es en el segundo cajón de zapatos y que ese, este lugar, se llene con algo así como aroma de infancía, de estar aquí de verdad y ahora.
Y de querer seguir cocinando.
Lentamente.
Cuando te sale es viernes (de nuevo) y llegaste a tu casa después de almuerzo mensual relajado y café en la poesía.
Pero lo que realmente pasó este viernes fueron otras cosas.
Como el sol que sentiste quería atrevezar tu campera y tocar tu carne y tus costillas.
Como pasar por San Telmo, pero más como en paseo que en pasar.
Como ver a Jorge serio y volver a ver los amigos de Santiago.
Renunciaron editoriales y cruzaron la ciudad para poder volver a tomar akvavit y emboracharse al mediodía.
Puede ser que eso sea amor.
O un especie de amor.
Como cuando te auydan a llevar la bolsa pesada.
También pasó que después de meses, entraste en el negocio que tiene esa vidriera tentador.
Y te diste cuenta de que el adentro no era lo que parecía por afuera.
Pero tampoco te desilucionaste.
Después de pasar tantas veces, un poco te había hecho la idea de que.
Existia esa posibilidad.
Cuando te sale es de noche ya y pasaste por la verdulería y tienes todos los ingridientes para hacer la tarta de cebolla.
Y que tu noche de viernes solamente se va a tratar de eso.
De hacer una tarta de cebolla para la fiesta de Linda.
Es la que era tu favorita cuando eras niña y que en algún lugar lo sigue siendo.
Tu comida favorita.
Por más que nunca lo haces, sigue siendo la que te lleva a ese lugar que ahora es más sueño que realidad.
Siempre es lindo volver a ese lugar.
Llegar a casa.
Prender las luces.
Abrír el balcón para que entre el aire fresco.
Un ratito.
Sacar a Kubrick que siempre te saluda como si hubiese sido años que no nos veamos.
Cerrar el balcón, ponerme la ropa cómoda y poner la música.
Y que no puedes pensar en un mejor plan para esta noche que esta.
Preparar la masa.
Lavar la cebolla para no llorar tanto al cortarlo (gracias por enseñarmelo!).
Seguir mas o menos a la receta.
La copa de vino, obviamente.
Saltear la cebolla en el sartén de Anita.
Prender el horno.
Entrar en calor.
Los cachetes coloradas.
Estirar la masa.
Precocinar.
Mesclar la cebolla con el queso.
Crema.
Todo lento.
No hay apuros o presión.
Cuando te sale es en el segundo cajón de zapatos y que ese, este lugar, se llene con algo así como aroma de infancía, de estar aquí de verdad y ahora.
Y de querer seguir cocinando.
Lentamente.
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