Llegó el Julio.
Se vistió con un tapado grueso y de piel arriba de ese saco elegante.
Firme parece ser.
Y sonriente.
Yo asombrada de su llegada tán ya.
Fue ayer que el ventilador era el soundtrack de mis noches y los pasos de la chacarera acompañaban mis días.
Ahora son conciertos de piano y violín, con la puerta cerrada para que no entre el frío.
Jorge seguía vestido de traje y corbata, pero esta vez on Mirna.
Mirna, la que suaviza y quita peso y seriedad.
Su equilibrio.
Cuando termina el concierto íntimo, como si fuese de tu living, soplamos las velas.
Guardamos las masitas de queso y apagamos las luces.
Salimos a la noche helada, entramos en el auto y vamos a la casa de la tercer cumplañera.
Hacía rato que no era tan social.
Mis cachetes se ponen coloradas y la cabeza un poco pasada de vuelta.
El sábado igual me despierto antes que suena el alarma.
Me cruzo con mis alumnos buscando panadería para que sea lo más sábado posible.
Dos tazas de café por clase y al final del día, cuando todos están, estamos llendo a ver el partido, el cuerpo pide suavidad.
En el medio, el grupo de la hora del almuerzo, trajeron pizza y faina casera desde sus casas lejanos.
Parece más un restaurante, que una clase sueco.
Preposiciones, pronobres reflexivos y me pasas un vaso de sprite por favor.
Yo les digo que esto nunca pasaría allá.
Por eso me encanta.
Es la última gota de sol que pega la mitad de todo mi ser cuando subo por Garay para ir a lo de Linda para "ver el partido".
Es eso, la buena excusa.
Igual compro la cerveza futbolera y en el chino hay cola de todos que están en la misma.
Y está ese algo en el aire.
En los bares que paso en el camino, están todas las sillas y las caras dirigidas hacía un mismo lado.
Una pared, una esquina.
En chile todavía queda más gotas de sol y hay miles de remeras rojas.
En la casa de Linda también.
Esa casa que no la conocía en luz de día.
Es lindísima y hay calor.
Linda prepara tabbuleh y hay un guacamole.
Abrimos la bolsa de papas fritas que lleva meses guardada en la alacena.
Es la famosa bolsa de papa fritas que salió 48 p.
Hay berenjenas y los maniés que Mónica me regaló de Mexico.
Y la cerveza.
"Miramos" el partido en el sillón enomre, gris y comodísimo, y afuera la tarde se convierte en noche.
Y mientras que los jugadores no meten goles, los argentinos se ponen nerviosos y se alargua el tiempo, nosotras tratamos de dedicar un poco de tiempo a eso.
Pero no funciona tan bien.
Es mucho más rico, intresante y entretenido lo que hay en esa mesa y lo que sale de allí.
Lo que sale de sacarse los zapatos y compartir un sábado por la tarde con un partido de futbol al fondo.
Se vistió con un tapado grueso y de piel arriba de ese saco elegante.
Firme parece ser.
Y sonriente.
Yo asombrada de su llegada tán ya.
Fue ayer que el ventilador era el soundtrack de mis noches y los pasos de la chacarera acompañaban mis días.
Ahora son conciertos de piano y violín, con la puerta cerrada para que no entre el frío.
Jorge seguía vestido de traje y corbata, pero esta vez on Mirna.
Mirna, la que suaviza y quita peso y seriedad.
Su equilibrio.
Cuando termina el concierto íntimo, como si fuese de tu living, soplamos las velas.
Guardamos las masitas de queso y apagamos las luces.
Salimos a la noche helada, entramos en el auto y vamos a la casa de la tercer cumplañera.
Hacía rato que no era tan social.
Mis cachetes se ponen coloradas y la cabeza un poco pasada de vuelta.
El sábado igual me despierto antes que suena el alarma.
Me cruzo con mis alumnos buscando panadería para que sea lo más sábado posible.
Dos tazas de café por clase y al final del día, cuando todos están, estamos llendo a ver el partido, el cuerpo pide suavidad.
En el medio, el grupo de la hora del almuerzo, trajeron pizza y faina casera desde sus casas lejanos.
Parece más un restaurante, que una clase sueco.
Preposiciones, pronobres reflexivos y me pasas un vaso de sprite por favor.
Yo les digo que esto nunca pasaría allá.
Por eso me encanta.
Es la última gota de sol que pega la mitad de todo mi ser cuando subo por Garay para ir a lo de Linda para "ver el partido".
Es eso, la buena excusa.
Igual compro la cerveza futbolera y en el chino hay cola de todos que están en la misma.
Y está ese algo en el aire.
En los bares que paso en el camino, están todas las sillas y las caras dirigidas hacía un mismo lado.
Una pared, una esquina.
En chile todavía queda más gotas de sol y hay miles de remeras rojas.
En la casa de Linda también.
Esa casa que no la conocía en luz de día.
Es lindísima y hay calor.
Linda prepara tabbuleh y hay un guacamole.
Abrimos la bolsa de papas fritas que lleva meses guardada en la alacena.
Es la famosa bolsa de papa fritas que salió 48 p.
Hay berenjenas y los maniés que Mónica me regaló de Mexico.
Y la cerveza.
"Miramos" el partido en el sillón enomre, gris y comodísimo, y afuera la tarde se convierte en noche.
Y mientras que los jugadores no meten goles, los argentinos se ponen nerviosos y se alargua el tiempo, nosotras tratamos de dedicar un poco de tiempo a eso.
Pero no funciona tan bien.
Es mucho más rico, intresante y entretenido lo que hay en esa mesa y lo que sale de allí.
Lo que sale de sacarse los zapatos y compartir un sábado por la tarde con un partido de futbol al fondo.
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