Agosto terminó en algún lugar entre el viaje de tren a Båstad, en el segundo mordisco del smörrebröd con madre y en la despedida de Isabel y Livia.
Dejé una parte mía en una baldosa firme en Copenhagen justo entrando a Vesterbro.
Descansé en el 999 volviendo a Malmö ese otro día que cenamos todos juntos y luego nos reimos tanto que despertabamos a Livia.
Llovía pero no molestaba.
Conocí más a Linda esos días que pasamos tomando una cerveza en cada bar.
Y el que nos gustaba más era el más berretín.
El que más nos hizo recordar a nuestros lugares.
Lloré un par de ríos, pero fueron de esas que puedas meter los piés.
A los que vuelves a.
Aprendí caminar con carritos de bebé como si fuese algo que uno aprenda.
Revolví entre las cajas de los recuerdos y pude soltar.
Algunas cosas.
Y cuantas cosas más pasaron en un cambio de mes.
Un cambio de estación.
Todavía quedan días y cosas para contar.
Como la mujer en el otro tren que pedía que lo mires en sus ojos.
O de el que se sentó a lado.
De la casa de madre.
Del padre.
Y del espiritu santo.
Mentira.
De aquí, en Torekov.
Igual un poquito también de la iglesia donde trabaja madre.
De las niñas nuevas en la familia.
De como huelen a verano.
De Sara, que ahora es adulta y tiene aire grandiosa.
De como se siente el aire Malmoense.
Las gotas cuando caen, la manteca sobre el pan recién horneado y como es hacer una torta de zanahoria cuando vez el verde por la ventana y tu hermana que ahora es madre descansa.
Es eso.
Descansar en esto.
Dejar que todo repose en la hamaca de tela suave y de colores.
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