Kubrick volvió a comer comida doggie.
Vicky me maquilló los ojos.
Después de un rato con velas en las mesas, volvió la luz.
Con Pontus inaguramos la primavera dos dias antes.
En Monte Grande me pinté las uñas rojas y tomamos el vino francés.
Y en el medio, dónde falta un lapso de fotografías, esta la parte de Anita.
Tal vez porque quería estar tan allí,y no perder ninguna parte, no dejé que intervenga.
Fuimos a dar la vuelta de siempre.
La de la feria de Parque Lezama.
La de cuando el sol está en su último respiro.
Y todo es como siempre.
Ella busca esas remeritas que después uno lo va a ver en alguna foto de allá.
Y te va a transportar al calor, en el mismo tiempo que te vas a acordar que era una tarde fresca.
Habla con las vendedoras que al seguida quieren ser su amiga.
Porque ella de una manera, diga lo que diga, es lo que ellos quieren escuchar.
En el mismo puesto encontramos las dos algo para cada una.
Una alfombra tejida para su casa y un shortjardinero muy noventoso para mi.
Chochas y por su puesto muy convencidas de que hicimos un buen negocio y de que era "justo lo que necesitabamos" fuimos a la parillita donde el último respiro del sol simpre dura un poco más.
Mesas plásticas, paredes rojas y el partido en la tele.
Es perfecto.
Plan cafecito en mi casa, se convertió en taxi llendo para ver una obra de teatro en un otro lugar en la ciudad.
En menos de una hora.
De una escena para otro.
Teletransporting.
Y que es cuando Anita esta acá, que pasan esas cosas mágicas.
Caminar y encontrarse con Lucila en ese bar poblado Almagrense.
Lucila contaba de un peso profundo y de un viaje necesario.
Hablamos de los niños y de los planes.
En la esquina, cada una volvió a su mundo de la ciudad.
No sé cuál queda más lejos o quién llegó primero.
Pero que siempre haya algo que te lleve o alguien que te salva, eso no es mágia.
Eso es Buenos Aires.
Vicky me maquilló los ojos.
Después de un rato con velas en las mesas, volvió la luz.
Con Pontus inaguramos la primavera dos dias antes.
En Monte Grande me pinté las uñas rojas y tomamos el vino francés.
Y en el medio, dónde falta un lapso de fotografías, esta la parte de Anita.
Tal vez porque quería estar tan allí,y no perder ninguna parte, no dejé que intervenga.
Fuimos a dar la vuelta de siempre.
La de la feria de Parque Lezama.
La de cuando el sol está en su último respiro.
Y todo es como siempre.
Ella busca esas remeritas que después uno lo va a ver en alguna foto de allá.
Y te va a transportar al calor, en el mismo tiempo que te vas a acordar que era una tarde fresca.
Habla con las vendedoras que al seguida quieren ser su amiga.
Porque ella de una manera, diga lo que diga, es lo que ellos quieren escuchar.
En el mismo puesto encontramos las dos algo para cada una.
Una alfombra tejida para su casa y un shortjardinero muy noventoso para mi.
Chochas y por su puesto muy convencidas de que hicimos un buen negocio y de que era "justo lo que necesitabamos" fuimos a la parillita donde el último respiro del sol simpre dura un poco más.
Mesas plásticas, paredes rojas y el partido en la tele.
Es perfecto.
Plan cafecito en mi casa, se convertió en taxi llendo para ver una obra de teatro en un otro lugar en la ciudad.
En menos de una hora.
De una escena para otro.
Teletransporting.
Y que es cuando Anita esta acá, que pasan esas cosas mágicas.
Caminar y encontrarse con Lucila en ese bar poblado Almagrense.
Lucila contaba de un peso profundo y de un viaje necesario.
Hablamos de los niños y de los planes.
En la esquina, cada una volvió a su mundo de la ciudad.
No sé cuál queda más lejos o quién llegó primero.
Pero que siempre haya algo que te lleve o alguien que te salva, eso no es mágia.
Eso es Buenos Aires.
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