Es alto y tiene pelo rubio.
Lleva algo escandinavo sobre su hombro izquierdo.
O si es la derecha.
Deja su puerta abierta, dice no sé y cumple años dos días después que yo.
No sabe bien para donde va, pero sí, de donde viene.
Esa es mi teoría.
Yo todavía llevo el gustito de la berenjena al ajo que cocinó Ayleen, 20 minutos antes del volver al invierno.
Pero más fuerte es el abrazo de Francis.
La casa pareciera estar en orden.
Por más que cayeron milquinientostreintaysiete gotas de lluvia.
Que las flores y las plantas se pusieron contentísimas.
Kubrick no tanto porque eso de mojarse no es su onda.
Igual mueve su cola como si no hubiese ningún mañana.
O ayer.
El no orden se encuentra arriba de la cocina, entre mis cajas y la cama sin hacer.
Se.
Nunca.
Sebastián me invita a su casa nueva, que en realidad no es tan nueva, pero para mi sí.
Es antiguo y en frente hay un convento de monjas.
Abajo mi brazo llevo un treintaytres y en la mano, medio kilo de superdulce de leche entre otros.
El me cocina sueco, hablando de Córdoba y su gato con nombre difícil de pronunciar pareciera ser el rey de la casa.
Allí también se escucha las conversaciones de los vecinos y de lo que van a comer.
Es el ante último día de enero y todavía se puede respirar.
Las calles siguen un poco más silenciosas que de costumbre.
Y yo buscando el Plan B.
Ella deja sus lagrimas por donde va.
Sobre la mesa de cocina, en el vestido con rayas y sobre el colchón de Anita.
Para siempre y ahora, va a quedar el recuerdo y la sal de ese enero cuando cayeron tantas gotas de felicidad.
Hay mucho reirse también.
Putear.
Y dormir siestas largas.
Es jueves y pienso que si como la parte verde tal vez me va hacer bien.
Lleva algo escandinavo sobre su hombro izquierdo.
O si es la derecha.
Deja su puerta abierta, dice no sé y cumple años dos días después que yo.
No sabe bien para donde va, pero sí, de donde viene.
Esa es mi teoría.
Yo todavía llevo el gustito de la berenjena al ajo que cocinó Ayleen, 20 minutos antes del volver al invierno.
Pero más fuerte es el abrazo de Francis.
La casa pareciera estar en orden.
Por más que cayeron milquinientostreintaysiete gotas de lluvia.
Que las flores y las plantas se pusieron contentísimas.
Kubrick no tanto porque eso de mojarse no es su onda.
Igual mueve su cola como si no hubiese ningún mañana.
O ayer.
El no orden se encuentra arriba de la cocina, entre mis cajas y la cama sin hacer.
Se.
Nunca.
Sebastián me invita a su casa nueva, que en realidad no es tan nueva, pero para mi sí.
Es antiguo y en frente hay un convento de monjas.
Abajo mi brazo llevo un treintaytres y en la mano, medio kilo de superdulce de leche entre otros.
El me cocina sueco, hablando de Córdoba y su gato con nombre difícil de pronunciar pareciera ser el rey de la casa.
Allí también se escucha las conversaciones de los vecinos y de lo que van a comer.
Es el ante último día de enero y todavía se puede respirar.
Las calles siguen un poco más silenciosas que de costumbre.
Y yo buscando el Plan B.
Ella deja sus lagrimas por donde va.
Sobre la mesa de cocina, en el vestido con rayas y sobre el colchón de Anita.
Para siempre y ahora, va a quedar el recuerdo y la sal de ese enero cuando cayeron tantas gotas de felicidad.
Hay mucho reirse también.
Putear.
Y dormir siestas largas.
Es jueves y pienso que si como la parte verde tal vez me va hacer bien.