Me perdí.
Después pensé que me había vuelto a encontrar.
En algún lugar entre Gascón y Villafañe.
Pero no.
Ahí tampoco estaba.
Cruzé el río y sentí un aroma que me hizo acordar de algo que una vez era yo.
Entonces pensé, ahora estoy cerca.
Pero de golpe sentí más el aroma de puerto, café y basura.
Fue una falsa alarma.
Sigo buscando.
En las frenadas del 152.
Abajo de las ruedas de los camiones pesados que pasan afuera de las ventanas redondas.
En la bocina del tren de carga que pasa dos veces al día.
En las frases malarmados de mis alumnos no quieren otra cosa que hablar un sueco perfecto.
Hablando con Agustin en su camioneta.
En las gotas que caen de la cabeza acalurada de Fernando.
En el reflejo de mi misma por las vidrieras.
En el ruido de la goma de la zapatilla.
En la vuelta con Kubrick.
En el grafiti sobre la pared de ladrillos inglesas en la fábrica abandonada en el barrio.
En la fritura del vecino que traspasa el grosor que separa nuestros mundos.
En Olavarria y las lucesitas navideñas que volvieron a mi día día.
En la parla con el portero.
Dos porteros.
Con ellas y con la cajera.
Tal vez no estoy en ningún lugar.
O un poquito en cada uno de esos lugares.
Después pensé que me había vuelto a encontrar.
En algún lugar entre Gascón y Villafañe.
Pero no.
Ahí tampoco estaba.
Cruzé el río y sentí un aroma que me hizo acordar de algo que una vez era yo.
Entonces pensé, ahora estoy cerca.
Pero de golpe sentí más el aroma de puerto, café y basura.
Fue una falsa alarma.
Sigo buscando.
En las frenadas del 152.
Abajo de las ruedas de los camiones pesados que pasan afuera de las ventanas redondas.
En la bocina del tren de carga que pasa dos veces al día.
En las frases malarmados de mis alumnos no quieren otra cosa que hablar un sueco perfecto.
Hablando con Agustin en su camioneta.
En las gotas que caen de la cabeza acalurada de Fernando.
En el reflejo de mi misma por las vidrieras.
En el ruido de la goma de la zapatilla.
En la vuelta con Kubrick.
En el grafiti sobre la pared de ladrillos inglesas en la fábrica abandonada en el barrio.
En la fritura del vecino que traspasa el grosor que separa nuestros mundos.
En Olavarria y las lucesitas navideñas que volvieron a mi día día.
En la parla con el portero.
Dos porteros.
Con ellas y con la cajera.
Tal vez no estoy en ningún lugar.
O un poquito en cada uno de esos lugares.
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