Tuesday, 17 March 2015

Todo derite y vuelve a hacerse ser

Hay cartas de Anita y de su Wilbert.
María me las da un domingo por la noche que compartimos una cena de esas que solamente pasan en esa cocina.
En esa mesa de madera que ahora tiene un cenicero hermoso y azúl que le regaló Carlos estando de.
Viaje.
Ese mismo viaje.

Hay algo íntimo en ese espacio.
En el abrazo de Juan.
En el cenicero.
Ver las lineas, seguirlas y cada vez poder entender más a las cosas.
De donde vienen, hacia donde van y donde terminan.

Tengo que ir a conocer su lugar.

Hoy como sin llenarme.
Trato de llenar huecos que nunca van a llenarse con ese tipo de alimentos.
Lo se.
Me di cuenta cuando estabamos escribiendo escuchando las chicharras.
Su forma de hablar.
El y su manera de mirar.
Sin estructuras.
Sin escalas.

Cuando termina el día de tratar de explicar lo que para mi es matemática, salgo a la húmedad interminable y gozo en ella.
Porque es de noche y no existe eso de frescuras.
No hace falta ser nada.
Porque caminaste el elio, hiciste lo que pudiste y salieron cosas lindas.
Entonces es el descanso.

Con Kubrick salimos a dar la vuelta y de lejos observo nuestro lugar.
Trato de encontrar mi ventana entre las otras ventanas.
De verdad que es un mounstro mi edificio.
Pero de lejos y de noche no se ve tan horrible.
Con sus cientos de ventanas y la luz que sale de ellos
Debe haber algo con ver las cosas con una mínima distancia.
Con 30 grados de calor y cielo con estrellas.
Paz y el pasto también.

Es la mañana siguiente cuando leo las cartas.
Siento el olor de su cafe.
De su mañana.

Es desayunar juntos.

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