Thursday, 2 July 2015

La Copa América con ojos de suegra sueca - de Gonzalo Sánchez


La Copa América con ojos de suegra sueca  
Exploraciones.


Nació en Polonia en 1946, sobre las ruinas de Varsovia arrasada por los nazis. Pasó su juventud en un campo de la frontera con Ucrania, cosechando frambuesas en verano y recogiendo leña para soportar el invierno despiadado. Cruzó el Báltico en la Guerra Fría para armar su familia en una ciudad milenaria del sur de Suecia llamada Lund. Pero ahora está sentada en el living de un departamento de San Telmo, paralizada frente a la pantalla. Tiene una copa de vino en la mano y solo pronuncia pequeñas expresiones abreviadas que reflejan, cada tanto, exaltaciones en su estado de ánimo. Lo que más repite es “Uhhhh”. Y luego me mira. Mi suegra, Elzbieta Leonard, está de visita y no quiere otra cosa más que ver la Copa América.

Así vienen sucediendo estas semanas, pasan los días y los planes de turismo por la Ciudad se ven condicionados o postergados por la grilla de encuentros televisados. Casi nada de tango, Malba o La Boca, lo que cuenta cada mañana es esa pregunta balbuceada en inglés mientras preparamos el desayuno. “Gonzalito, ¿what time is the match?”. Y así, yo chequeando la información en páginas de deporte que casi no consumo y ella a la espera de mis comentarios, hemos logrado una forma de comunicación eficaz y un vínculo que prospera, increíblemente, en el terreno donde peor me muevo: el del fútbol.

A veces, le hago comentarios breves en sueco y ella me sonríe. Pero a la hora de hablar sobre los partidos es cuando vencemos las limitaciones idiomáticas y la charla se pone fluida. De golpe me encuentro muy suelto pensando palabras para explicar lo que pienso de cada partido, analizando las posibilidades de Argentina y las razones por las que todos los rivales se le meten atrás. Ella dice muy poco, lo necesario, alguna onomatopeya o lo siguiente: “Gonzalito, is a good match” o “Gonzalito, is a bouring match”. Una noche, antes de irse a dormir, me dijo que estaba preocupada porque Messi no la mete.

Pasó otra cosa más. Fuimos a Palermo. Y vio los precios. Cuando confirmó que en la Argentina la ropa y la comida son más caras que en Suecia se dio cuenta que estaba ajustada de presupuesto y resolvió que su mejor paseo sería mirar la Copa por TV. Le conté que hace apenas de diez años en Buenos Aires habían proliferado los “Todo por dos pesos” y que la inflación exterminó el hábito de comprar baratijas. Pero no me dio bola y pidió que nos apuremos para volver a casa. En la primera semana, fase de grupos, sus días se detuvieron a las 16.30, para ver el primer partido, y a las 20.30, para mirar el segundo. Entre un cotejo y otro, ha desplegado su talento de cocinera nórdica.

Por la tarde, mientras trabajo, busco temas noticiosos para entretenerla. Leo que Bolivia tiene un ocho nacido en ¡Suecia! Martín Smedberg, volante, 31 años. Llamo a mi casa entusiasmado para contar que esta noche juega (jugamos, digo, apropiándome de cierta estirpe escandinava) contra Chile. Horas después todo es expectativa. Estamos los tres acomodados en el sillón listos para alentar a nuestro nuevo ídolo, el vikingo del altiplano. Nos comemos cinco, nuestro héroe ni la toca.

Pero rescato la pasión de mi querida Elzbieta. Adoro ese silencio que contiene toda la fascinación por esta Copa América especial. Los pequeños saltitos que pega su cuerpo diminuto cuando no encuentra palabras para comunicar sus broncas o los penales no cobrados o el dedo en el culo que un jugador de Chile le metió a un uruguayo (Ahí dijo “Gonzalitooooouuu”).

Imaginen que viene de un país muy bello, muy práctico, muy donde todo es como debería, pero cuando dos hombres hablan de fútbol dicen, por ejemplo, “Que bueno, Örebro le metió tres a Upsala” o “Elfsborg y Norrköping empataron sin goles”. Y sin embargo, ella es futbolera de ley y no se perdió casi ninguno de los partidos del Paris Saint Germain que la televisión estatal sueca transmite en directo para seguir a su ídolo con cara de gitano de película de Kusturica: Zlatan Ibraimovic. No es joda: la primera vez que fui a su casa, nos cedió su habitación para que durmiéramos en ella y descubrí sobre la mesa de luz un libro de 500 páginas titulado “Zlatan”. A los suecos los maravilla esa historia de superación y ascenso social por la fuerza única del talento; esas astillas que aparecen para detonar lo que debería haber sucedido de otra manera.

Pero claro. El plato fuerte es la Argentina. Ver a la Selección nos hermana, acaba con nuestras historias personales, nos vuelve lo mismo en un mismo tiempo histórico y universal. Cada vez que la toca Pastore, ella dice “Zlatan”. Si la cámara lo enfoca a Lavezzi, me mira y dice: “Zlatan”. También dice que me parezco a Zabaleta, cosa rara para la que no encuentro explicación.

Esta mañana, con la Argentina ya clasificada en semifinal, piensa que todo es más violento en este fútbol y que nadie respeta a los árbitros. Le ha costado enhebrar cada palabra en inglés. Pero ya tenemos la capacidad de comprendernos aún sin completar los comentarios. La magia del fútbol. Ahora, mientras escribo, está tejiendo, en el mismo sillón donde anoche, en la definición por penales contra Colombia vivimos momentos de tensión. Después de la locura de la definición, de los tiros malogrados que nos demoraron la cena, de su copa de vino que varias veces casi se derrama sobre el sofá, después de los abrazos de los tres (dos suecas y yo, y todavía me pregunto cómo fue que todo esto sucedió), parece relajada. Veo su silueta recortada a contraluz, mientras la lluvia hace su trabajo en este mediodía porteño. Y otra vez no habla. Pero sé exactamente lo que piensa: que faltan sólo 8 horas para el partido de Brasil.

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