Camilo nace un viernes mientras yo peleo con madre por teléfono.
Ella llora y yo grito.
El toma su primer respiración en este mundo mientras el gasista barre entre los escombros de mi cocina, escuchando la discusión de larga distancia.
Es una tarde de sol y hace más calor afuera que adentro.
Kubrick está recién bañado después de meses y capas de verano - otoño.
Ahora me parece que brilla.
Esta casi demasiado lustrado para caminar en estas calles llenas de obras, tierras y despedidas de invierno.
Se juntan los dos sentimientos.
Tres y cuatro me baño para sacarme las cosas de encima.
Ponerme otras.
Un Federico me espera en esa esquina que debo haber pasado mil veces en mis 9 años.
Si, hoy cumplo años.
Cumplimos.
Cuanto las esquinas pueden cambiar.
Dependiendo la situación, con quién y qué.
Caminamos hacia el jazz.
Que después no va a haber.
Y que eso al final no importa tanto.
Va a haber otras cosas.
Después hay un viaje de regreso.
Siempre lo hay.
A veces es el mejor.
El regreso.
Un par de horas más tarde queda el sábado.
Que ahora es mucho más que levantarse temprano nomas.
Porque esta la chica noruega que baila salsa.
Porque esta el café africano.
Porque mis alumnos se ríen de todo y se entienden mucho más entre ellos que yo.
Y porque después queda el día todo abierto y lleno de posibilidades.
Como un campo de maíz.
Vicky va para barrio chino y lo la acompaño.
Es más el compartir el 64 ida y vuelta que las calles de China.
El rodar juntas, en silencio y por momentos en catarsis.
Después quedarnos un poco dormidas y chocar la cabeza contra el vidrio.
Una siesta pero de verdad, acostada y abajo la frasada francia.
Despertarse cuando esta oscureciendo.
Para tomar otro colectivo volviendo casi al mismo lugar.
Caminar abajo un cielo a punto de largar su catarsis.
Yo estoy llegando tarde.
Hay gente, pansas con bebés, suecas y Ebba.
Me espera para cantar esa canción que preparamos ese día que había huelga y por eso no vino ningún alumno.
Pero antes que eso.
Mientras ella canta una canción sobre un pájaro que muere, el cielo se abre.
Y el sonido de las gotas contra el techo de chapa forma parte hermosa de esa canción.
Demasiado perfecto.
Demasiado lindísimo.
Épico, diría Ebba.
También toca Martín y después sale orquesta buenísimo.
Muy para bailar. Y es lo que hacemos. Bailamos.
Y ver a Lucila.
Siempre es un extra plus plus plus.
Otra vez me quedo dormida en el colectivo de regreso y me despierto cuando es casi tarde.
Cansada y feliz.
Pienso que no podía haber festejado mis años mejor que esto.
Ella llora y yo grito.
El toma su primer respiración en este mundo mientras el gasista barre entre los escombros de mi cocina, escuchando la discusión de larga distancia.
Es una tarde de sol y hace más calor afuera que adentro.
Kubrick está recién bañado después de meses y capas de verano - otoño.
Ahora me parece que brilla.
Esta casi demasiado lustrado para caminar en estas calles llenas de obras, tierras y despedidas de invierno.
Se juntan los dos sentimientos.
Tres y cuatro me baño para sacarme las cosas de encima.
Ponerme otras.
Un Federico me espera en esa esquina que debo haber pasado mil veces en mis 9 años.
Si, hoy cumplo años.
Cumplimos.
Cuanto las esquinas pueden cambiar.
Dependiendo la situación, con quién y qué.
Caminamos hacia el jazz.
Que después no va a haber.
Y que eso al final no importa tanto.
Va a haber otras cosas.
Después hay un viaje de regreso.
Siempre lo hay.
A veces es el mejor.
El regreso.
Un par de horas más tarde queda el sábado.
Que ahora es mucho más que levantarse temprano nomas.
Porque esta la chica noruega que baila salsa.
Porque esta el café africano.
Porque mis alumnos se ríen de todo y se entienden mucho más entre ellos que yo.
Y porque después queda el día todo abierto y lleno de posibilidades.
Como un campo de maíz.
Vicky va para barrio chino y lo la acompaño.
Es más el compartir el 64 ida y vuelta que las calles de China.
El rodar juntas, en silencio y por momentos en catarsis.
Después quedarnos un poco dormidas y chocar la cabeza contra el vidrio.
Una siesta pero de verdad, acostada y abajo la frasada francia.
Despertarse cuando esta oscureciendo.
Para tomar otro colectivo volviendo casi al mismo lugar.
Caminar abajo un cielo a punto de largar su catarsis.
Yo estoy llegando tarde.
Hay gente, pansas con bebés, suecas y Ebba.
Me espera para cantar esa canción que preparamos ese día que había huelga y por eso no vino ningún alumno.
Pero antes que eso.
Mientras ella canta una canción sobre un pájaro que muere, el cielo se abre.
Y el sonido de las gotas contra el techo de chapa forma parte hermosa de esa canción.
Demasiado perfecto.
Demasiado lindísimo.
Épico, diría Ebba.
También toca Martín y después sale orquesta buenísimo.
Muy para bailar. Y es lo que hacemos. Bailamos.
Y ver a Lucila.
Siempre es un extra plus plus plus.
Otra vez me quedo dormida en el colectivo de regreso y me despierto cuando es casi tarde.
Cansada y feliz.
Pienso que no podía haber festejado mis años mejor que esto.